viernes, 24 de octubre de 2008

El flautista de los niños


Hace algunos meses, un profesor de música me dijo “si quieres aprender a interpretar el saxofón, primero debes dominar bien la flauta dulce, te ayudaría bastante”. Y como uno de mis deseos más grandes es interpretar “The Pink Panther Theme” completo y de corridito en saxofón alto, imitando al genial Henry Mancini, pues ahí me tienen, comprando mi flauta Yamaha de 80 pesos, igualita a la que tuve en secundaria, además de los libros correspondientes que me han servido de acordeón inapreciable para sacar sonidos antes nunca escuchados por los oídos de la gente que habita en mi casa.
Y allí estoy, cada noche al llegar del trabajo, o por la mañana mientras los demás terminan su desayuno, o mientras los niños se bañan y yo los espero, sacando notas y melodías desde sencillitas, como El cucú, hasta algunas más elaboradas y complicadas, como Hoy te toca ser feliz, del genial grupo hispano Mago de Oz, pasando por fragmentos de los grandes clásicos y de la música popular mexicana.
En esas he andado, cuando de la noche a la mañana descubro que a mis hijos no solamente les gusta, sino que les fascina, el sonido de la música que ensayo día tras día. Y con sus sueños infantiles de apenas siete y nueve años de edad, fueron un día a la papelería, y regresaron con sendas joyas: flautas dulces de plástico transparente, y con una sonrisa de oreja a oreja con plena e inocente disposición para interpretar El Himno a la Alegría en compañía de su aburrido padre, o sea yo.
Desde entonces cada tarde o noche, nos reunimos para que los pequeños hagan salir algunas notas, digamos que con cierta armonía, de sus pequeños instrumentos. Van lentos pero inseguros, mal pero les salen dos o tres sencillas combinaciones de sol-la-si, y ganas no les faltan. Al mayor casi le sale El cucú, sin alburear a mis escasos lectores.
Cada que estoy con ellos en la cocina, que es donde les gusta cocinar sus notas musicales, recuerdo a un viejo profesor de flauta, a quien no tuve el gusto de conocer, pero fue un apóstol de la música, especialmente de la flauta dulce, para los niños de su país. Hablo de Václav Zilka, el flautista de los niños, quien murió a los 82 años de edad en abril de 2007 en la República Checa, su nación.
Zilka dedicó sus años de viejito a enseñar música a los chamacos checos (se oye y se lee extraña esta combinación, mejor dejo algunas opciones de sinónimo a mis queridos lectores: niños, infantes, escuincles, pequeños, o alguna que se les ocurra y quede a su gusto). Václav Zilka antes fue integrante de grupos musicales muy destacados y conocidos en los ranchos checos y un poco más allá de sus fronteras, como el Noneto Checo adjunto a la Orquesta Filarmónica Checa, también fue miembro de la Orquesta Sinfónica de Radiodifusión Checa. Combinaba estas tareas con la de profesor en el Conservatorio de Pilsen, en Bohemia Occidental. Fue en el Conservatorio donde creó el conjunto musical Collegium di flauta.
Años antes, al finalizar la década de los años sesenta, Zilka tuvo la iniciativa de enseñar música a los niños, y más feliz lo hizo el enseñarles a interpretar flauta dulce, la misma que le encanta a mis avorazados hijos, dicho esto en el sentido musical. Como pedagogo que era, en su enseñanza musical aplicó dos proyectos innovadores: uno llamado la flauta de madera y el otro la flauta curativa.
El primero consistía en cursos de música dirigidos a niños pequeños, planteados como juego. El segundo era un método para enseñarle a los niños a soplar (no sean mal pensados…) a soplar aire correctamente; esto de manera muy especial quienes padecían deficiencias respiratorias.
Aún cuando era un asunto de la música, sus técnicas tenían fuerte sustento científico (¿quién se atreve a decir que música y ciencia están divorciadas?). Con base en las propuestas del médico estadounidense Meyer Marks, los ejercicios musicales hacían a la vez una función terapéutica. Václaav aliviaba el espíritu y el cuerpo con la sutileza encantadora de interpretar música. Los cursos cobraron fama en su país y en el extranjero, debido a que servían para mejorar el estado de salud de los niños con asma.
Como no había Internet en esos años, a través de la radiodifusión miles de personas, especialmente los niños de los rincones más lejanos de la República Checa, asistían a distancia a los cursos de flauta dulce del profesor Zilka; entre otras cosas, los receptores aprendían a respirar correctamente para fortalecer su salud. Y a los niños, decía el maestro, debían acompañarlos los padres, porque aprender música , hace a las familias más unidas. También organizaba campamentos de verano para los niños al pie de los montes Orlické hory, al norte de Bohemia, donde les enseñaba el arte de interpretar flauta dulce; a esas actividades, insistía, los padres también debían presentarse. Y así fue durante treinta años.
El genial profesor y amante de la flauta dulce, afirmaba con frecuencia que el ejemplo personal de los padres juega un papel fundamental e insustituible en la educación de los niños. Decía sabiamente que cuando un niño crece rodeado de amor y bienestar familiar, es casi imposible que de adulto llegue a ser una mala persona. En sus últimos años, el pedagogo musical advertía que la vida agitada del mundo moderno motivaba a los padres a pasar mucho tiempo en el trabajo, preocupándose menos en atender a los pequeños, lo que podría ser contraproducente para la vida emocional de éstos. Para Zilka tener niños así representaba un pésimo futuro para la humanidad. Por eso su insistencia en el amor y en los lazos familiares, los que podían fortalecerse con la enseñanza musical.
Václav Zilka era dueño de una mirada profunda, noble; su rostro sería para nosotros el de un viejo bonachón, amable, tierno con los niños. Su vocación por la flauta dulce la descubrió también cuando pequeño, igual que mis dos niños, nada más que con ochenta años de distancia. Él nació en 1924 en Ostrava, al noreste de lo que hoy es la República Checa, antes Checoeslovaquia; cuando era niño su papá lo inscribió en una academia de música para aprender piano y oboe, pero terminó bateando a ambos instrumentos ya que no le gustaron; así pasó algún tiempo hasta que escuchó a alguien hablar de la flauta, instrumento que él no conocía aún; se dio a la tarea de buscar y conocerlo, y le gustó tanto que más tarde se inscribió en la Academia Musical de la ciudad de Brno. Y de ahí pa’l real, la flauta la tuvo para toda la vida, fue feliz con ella e hizo felices a muchos al interpretarla, al enseñar su digitación y sonido, al ayudar a recuperar su salud a niños enfermos y al permitirle a familias enteras unirse más, a través de este sencillo instrumento musical de dulce sonido y bajo precio.
Como ven, yo sin querer soy un seguidor de Václav Zilka, me gusta el instrumento musical, a mis niños se les ha despertado el amor a ese instrumento y ha fortalecido la música, y cada tarde, cada noche, nos reunimos en la cocina a interpretar melodías muy sencillas, tan fáciles y divertidas, que alegran nuestro corazón al saber que cada día nos amamos más.

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