No obstante, la frase se queda corta, con todo y que sea cierta: la ociosidad es la madre de todos los vicios; pues sí, pero la ociosidad de ciertos legisladores locales encabezados por un tal Victor Hugo Círigo Vázquez, perredista experto en consumir este enervante y promotor de otras leyes de dudosa calidad ética, ha motivado que hoy día se debatan temas como la regularización de la mariguana; en otras palabras, este legislador de dizque vanguardia liberal promueve que la ley le dé chance a la gente de fumar sus buenas bachitas de cannabis sin ser siquiera malvistos, criticados o molestados por quienes en automático se convertirán en "fumadores pasivos" de la yerbita. Muy al contrario, con la protección y hasta el beneplácito de la autoridad. No me parecería nada extraño que a estas alturas de la vida en nuestra ciudad, su propuesta fuera aprobada con base en el mayoriteo perredista nada más para fregar a los conservadores panistas, que son minoría en el recinto legislativo de Donceles, pero mal que bien promueven posturas más cercanas al bien común y el orden.
Legalizar la mariguana, u otras drogas que hoy están prohibidas, es cosa seria y no debe mirarse de manera simplista. Para algunos, las drogas destruyen al individuo, afectan a la familia y corrompen a la sociedad, por eso hay que prohibir su uso y perseguir su producción y comercialización. Otros dicen que prohibir las drogas y hacer la guerra contra quienes las fomentan es un absurdo, porque solamente provocan el mercado negro, la hiperinflación en su costo, la corrupción de quienes aplican la ley y un consumo morboso entre los usuarios. Estas dos corrientes las vamos a encontrar en todas partes, incuyendo la discusión actual en que participan diversas instituciones y expertos en foros, mesas redondas, debates, artículos de revistas, libros, programas de televisión y foros electrónicos.
A mi juicio, como simple ciudadano y padre de familia, las dos corrientes son simplistas, pues ninguna brinda una solución satisfactoria. Yo creo que la solución es otra: mantener a las familias unidas, educando a los hijos en un entorno amoroso donde se sientan protegidos y con un autoestima sólido, fomentar la ética y la convivencia social con base en el respeto y el orden, mejorar la educación escolar y ampliar las oportunidades de trabajo no solamente para los jóvenes, sino para los padres de éstos; ya con una sociedad con mejora en estos aspectos, la despenalización de la droga pudiera proceder, pues se habría reducido fuertemente la necesidad de su consumo. Está claro que las drogas son usadas como una puerta de escape de la soledad, la falta de oportunidades y de amor.
Octavio Paz afirmó: “Si de veras se requiere combatir el uso de las drogas, debe empezarse por el principio, es decir por la reforma de la sociedad misma y de sus fundamentos sociales y espirituales”. El Dr. Rafael Velasco Fernández, en el libro llamado Las adicciones, manual para maestros y padres, escribe que “una cuestión esencial es reconocer que estamos ante un problema muy extendido y de etiología multifactorial, que puede enfrentarse racionalmente
y es susceptible de tratamiento y prevención. Si se ignoran estos hechos, entonces se opta por un fatalismo que inclina hacia la búsqueda de ‘soluciones’ derrotistas por principio, o bien aparentemente heroicas”. Así que mucho ojo: ni prohibir, ni legalizar, son la solución del problema de las drogas. Desde mi punto de vista, el camino es el que señalé más arriba: generar un entorno donde se generen valores y estilos de vida basados en una educación en que imperan valores de respeto, orden y amor.
Esto nos llevará a que haya un cambio de actitud y de hábitos de consumo de sustancias adictivas, sobre todo en los más jóvenes. Recordemos que las drogas legales, el tabaco y el alcohol, son causa de un gran número de muertes, especialmente entre las nuevas generaciones.
Quienes están a favor de la legalización de la droga, afirman que se solucionaría el problema del narcotráfico. Yo creo que esto es ingenuo. Quienes piensan así ignoran los múltiples factores que intervienen en la génesis de la farmacodependencia y del narcotráfico. En ambos casos, las razones son complejas y diversificadas, entretejiéndose de manera especial en cada región y en cada país, pues incluye no solamente razones económicas o legales, sino también culturales y hasta individuales. Cuando se legalizó el alcohol y el tabaco quizá se acabó con ciertas mafias, pero surgieron otras; tampoco se solucionó, ni se ha hecho aún, el serio problema de salud pública que representa el consumo abusivo de estas sustancias. Al legalizar la mariguana, la cocaína u otras drogas podríamos tener un efecto similar al del alcohol y tabaco, ya que la producción, la distribución, la disponibilidad, la demanda y el consumo mantendrían vigentes las complicaciones médicas, sociales, familiares y psicológicas. es decir, al legalizar no desechas los problemas ni de farmacodependencia ni de narcotráfico.
Por otro lado, legalizar la mariguana significa en paralelo reglamentar su uso: ¿en qué modalidad se puede producir, distribuir, vender, consumir y en cuál no? ¿quién puede consumirla y quién no? ¿dónde venderlas y dónde no? ¿hacerle publicidad o no? junto con las dos o tres empresas que paguen impuestos, aparecerá infinidad de changarros que seguirá lucrando ilegalmente con la droga. No nos hagamos güeyes: la producción clandestina de alcohol y la adulteración sigue en pie, nadie garantiza que el mercado legal de la mariguana no tendrá su gemelo ilegal, con los problemas inherentes de delincuencia.
Si se legaliza la mariguana, quedan otras drogas ilegales. Y según sé, no es la mariguana el ingreso más importante del narcotráfico. La cocaína, la heroína o el éxtasis son mejores negocios. Además, las posibilidades químicas de hoy día hacen posible la producción de nuevas y más adictivas drogas ilegales; el siguiente escalón sería, entonces, legalizar la cocaína, el éxtasis... y así secula seculorum, en una cadena interminable.
La solución es entonces renovar el desarrollo existencial y espiritual de la sociedad, fomentar más la lectura, las bellas artes, el deporte, la convivencia familiar y cívica; esto es, renovar las posibilidades de desarrollo espiritual para que se fortalezca la capacidad de decidir libre y responsablemente el consumo del enervante. Hoy hemos crecido demasiado en las posibilidades tecnológicas, en la oferta de bienes y servicios en una sociedad consumista, pero nos hemos reducido en el crecimiento espiritual. Hemos crecido en lo que se consigue con dinero, pero tenemos a 50 millones de personas sin recursos para solventar siquiera las necesidades básicas, nada más en México; y a eso le sumamos los estragos de una nueva crisis económica mundial. Con todos los problemas que genera la economía en crisis, las víctimas (padres de familia desempleados, campesinos desterrados, jóvenes que deben abandonar la escuela, niños solos en casa, empleados medios endeudados con demandas del banco, etc) pueden ser tentados a tocar puertas falsas.
Para mi queda claro, entonces, que no podemos regalarle una bazuca a un niño de siete años, ni podemos dejar en manos de un muchacho de 12 años un jumbo jet que cruce el océano con 300 pasajeros a bordo. No podemos dejar que nuestra sociedad tenga acceso libremente a las drogas cuando todavía no tiene ni el conocimiento ni los valores necesarios para hacer un uso responsable de esa libertad.
Cito nuevamente al doctor Rafael Velasco Fernández: “¿Cuál es la meta en esta lucha? La respuesta, con los pies puestos sobre la tierra, es el control epidemiológico de la farmacodependencia para que ésta deje de ser un problema de salud pública, lo cual no significa que ésta vaya a desaparecer. La prevención de las adicciones debe plantearse la erradicación de éstas como un ideal, a sabiendas de que si bien esta meta no es alcanzable, es posible acercarnos
a ella lo suficiente como para asegurar el control sanitario de esta patología que afecta al mundo entero”.
Para erradicar la tentación de la droga no existen soluciones mágicas ni espectaculares. La solución verdadera será lenta, tortuosa; confío en que a pesar de todo, e incluso, a pesar de que se llegara a autorizar la legalización de la mariguana, se impongan el buen juicio y los valores. Yo deseo un país más próspero, más ordenado, más generoso; vivir en un mundo de libertad y de responsabilidad; seguro, confiado en que mis hijos regresarán cada tarde que salen de paseo sanos y salvos. No creo que eso sea posible legalizando la droga.
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